Procesión de tambores, de Esteban Cancio





Eufemia

Nacida en Toledo, en el seno de una familia noble pero empobrecida, ingresó a un convento de carmelitas descalzas siendo una niña. Su padre la encomendó al cuidado de la Congregación, hizo una donación simbólica, y se desentendió de ella. Abandonada por su familia y recluida dentro de los altos muros de piedra del convento, pero contando con el abrigo y la protección de la comunidad religiosa, se entregó rápidamente a la devoción y al estudio de las Sagradas Escrituras, con un fervor asombró a las monjas y le granjeó el respeto y el cariño de la Madre Superiora. Las hermanas se disputaban su compañía, y era un gusto verla por las tardes recitando el catecismo rodeada de admiradoras. Siempre era la preferida para interpretar al Niño Dios o a la Virgen María en los autos sacramentales, y es seguro que en tales ocasiones su fino cutis de alabastro brillaba entre los hábitos oscuros de las monjas como una señal divina. Con el tiempo se convirtió en la favorita de la Superiora, y obtuvo permisos especiales para evitar ciertos molestos ejercicios de rutina y dedicarse al estudio. Pero el mimo y la vanidad no doblegaron la firmeza de su fe, y desde temprano desarrolló un gusto ejemplar por las mortificaciones de la carne, privándose incluso de las pocas comodidades imprescindibles de que gozaban las hermanas, despreciando el duro camastro y las cobijas ásperas para dormir desnuda sobre los fríos ladrillos húmedos e irregulares del piso, comiendo salteado y en cantidades minúsculas, vistiendo durante el día el más basto de los hábitos, sin hacer uso de los raros momentos de recreación concedidos a las monjas, que se reunían a charlar y hacer juegos de manos, sino ocupándolos en el estudio y el provechoso ejercicio de la escritura, cultivando así el don poético que se desarrollaría más tarde para brillar finalmente en unos cuantos versos de sublime belleza y espiritualidad deslumbrante como frutos exóticos en un modesto jardín de plantas espinosas. A los catorce años adoptó el cilicio y las flagelaciones. De esa época datan los siguientes versos:

El alba nos mira
Y el día amanece:
Antes que te sientan,
Levántate y vete.

¡Qué sutil alusión delicadamente erótica al encuentro del alma con su Salvador! Si lo pensamos un poco, es abrumador el deseo de la Santa de encontrar la paz eterna. El breve poemita, ejemplar en su concisión y en la carga de sentidos múltiples de sus alegóricos versos, expresa un agónico llamado a la muerte y al encuentro del alma con su Creador. La fresca claridad sonrosada de la luz divina campea en los dos primeros versos. Es el encuentro de la Gracia, el nacimiento del alma en la dicha perfecta del Paraíso, el surgimiento de una verdad deslumbrante como los rayos del sol en la mañana. Los dos últimos, en un contraste de rara perfección técnica, refuerzan la idea de la muerte como un estado superior del alma, más dichoso y más verdadero. Son un llamado implorante al espíritu para que abandone la prisión del cuerpo y se eleve al encuentro de la misericordia divina.
Es poco después de esta época, según sus más respetados biógrafos, que Eufemia comenzó el largo y doloroso ejercicio de mortificación espiritual que la llevaría a alcanzar la santidad. Al cilicio y las flagelaciones que le despellejaban el cuerpo y la cubrían de moretones, le sumó una práctica nueva y mucho más efectiva para alcanzar el trance místico que la ponía en comunicación directa con Dios: la desencarnación. Era la puesta en marcha de un largo proyecto que le llevaría toda la vida. Consistía en ir desprendiéndose del cuerpo progresivamente, aprender a prescindir de él acostumbrándose a su falta, en pequeñas partes, mutilándose en piezas menudas y espaciadamente, sin volver a tomar la cuchilla hasta haber superado plenamente la desaparición del miembro amputado, en un proceso dolorosísimo de auto anulación que bastaría para despertar nuestra más ferviente admiración aun sin la felicidad perfecta de sus versos. Naturalmente, empezó por extirparse el clítoris. A ese penoso sacrificio dedicó estos versos:
-Madre, la mi madre,
Que me come el quiriquiquí.
-Ráscate, hija, y calla,
Que también me come a mí.

Representación del combate espiritual. Los ángeles del cielo y del infierno cruzan sus espadas en lo alto. El alma tiende al cielo pero el cuerpo tironea para caer en el infierno. El alma suplica el auxilio benefactor de la Virgen y obtiene su comprensiva compasión. Era la despedida definitiva a la tentación pecaminosa del deseo, que debió atormentarla ocasionalmente, como a cualquier mujer, incluso a una santa tan admirable como Eufemia. Cuando esa herida cicatrizó, continuó mutilándose uno a uno los dedos del pie derecho. Escribió:

Bullicioso era el arroyuelo,
Y salpicóme;
No hayas miedo, mi madre,
Que por él torne.
Siguió con los del pie izquierdo y ya no se detuvo hasta haberse amputado las piernas a la altura de las caderas. Se arrancó los pechos. Se desprendió de la nariz y de las orejas. A la pérdida de sus ojos dedicó este poema:

Ojos que no ven
Lo que ver desean,
¿Qué verán que vean?

Eso que se desea ver no es otra cosa, claro, que la presencia luminosa del Señor. Para amputarse los dedos de la mano izquierda, la mano misma, y el resto del brazo, no tuvo mayores inconvenientes; pero para desprenderse de la derecha, requirió la colaboración de sus hermanas más devotas. Desde entonces necesitó ayuda para continuar su labor. Ya era una celebridad, y la gente acudía al convento en multitudinarias procesiones piadosas para solicitar milagros menores, sanaciones, mejores cosechas, lluvias, o desagotes de pozos negros. A todos atendía la Santa con sublime humildad, y son numerosos los testimonios de su intercesión milagrosa. Hasta que a los sesenta y tres años, convertida ya en un tronco informe carente de protuberancias, un muñón cilíndrico cruzado de cicatrices supurantes, pronunció con voz gangosa y difícil de entender los que son considerados sus últimos y crípticos versos:

De una dama y un labrador,
Mira qué labor,
Mira qué labor.

Dicho lo cual, pidió que le arrancaran la lengua y no volvió a mostrarse en público. Murió pocos meses después, se supone que durante el sueño, sin emitir ninguna queja inteligible y fue enterrada dentro de los muros del convento, entre las lágrimas de sus queridas monjas y el agradecido dolor del pueblo toledano.




Esteban Cancio nació en San Fernando en 1975. Escribe en el blog: El invernáculo: www.elinvernaculo.blogspot.com. Cultiva gazanias en Gral. Pacheco, Gran Buenos Aires. Este es su primer libro. Contactos: bardas-de-kramer@hotmail.com

"Procesión de tambores" (cuentos). Edición de Barcoborracho ediciones, año 2010.
36 Páginas. 1a. Edición Buenos Aires 2010. Precio: 10. mil gs. (Paraguay) / 10 Pesos (Argentina) / 10 Reais (Brasil) / 10 Euros (Europa) / 75 Dólares (Estados Unidos) / 3 Dólares (toda África). Tirada: 50 ejemplares / Tapa: Hechas de cartón reciclado, pintadas a mano por Esteban Cancio, Marina Lascano y Cami, y también por Natalia Villamil et Ever Román.
Con el auspicio de YIYI JAMBO & Felicita Cartonera Ñembyense.
Impreso en Talleres Ayoreos S. A. E-mail: barcoborracho@gmail.com




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